Cuando una tiene catarro se hace insensible a los olores que le rodean, es decir que cada olor le es indiferente. A mí eso me pasó hace dos días así que me puse a pensar que sería si me tocara un catarro permanente. Podría luego meterme en un autobús urbano en pleno verano, bochorno de 40 grados sin preocuparse de que alguna gente no tiene la costumbre de bañarse antes de salir de casa, pasar frente a la granja de gallinas sin voltear la cabeza, comer sopa de pescado o cualquier cosa que normalmente da asco por lo fuerte que apesta, usar los servicios públicos sin salir corriendo por el miedo de asfixiarse, etc. Lo malo es que no percibiría tampoco lo rico que puede ser la comida que me sirvieran, lo bien que huele el verano con el olor a fresa y al agua del mar, el olor de Navidad: a los pasteles de alajú, naranjas frescas y pino recién traído del bosque, el olor a mi ciudad, de los chiringuitos del casco antiguo: el olor a pizza, a crepes con nata montada y pan fresco artesano con mantequilla. El olor de la casa de mi abuela: a biscocho de fruta, el olor e cada mañana: a café recién molido.
Así divagando, recuperé el estado de mis vías respiratorias y fui al Douglas a buscar un frasco del perfume que usaba mi chico. Me eché un montonazo encima y pasé todo el camino a casa husmeando mi muñeca. Como no está él, al menos no me olvido cómo olía. Quiero que mi vida huela así.