Está a más de 10 mil kilómetros siguiendo con su vida y yo acá a 5 grados bajo cero, 20 centímetros de la cubierta de nieve y pensando si de verdad fui tan cojuda como para haberlo dejado allá, en Lima.
Sí, lo fui.
Aunque duela decirlo, aunque me siga explicando que si no lo hubiera hecho podrían haber pasado otras cosas que no pasaron, blablabla.... Fui idiota. Es más, fuimos idiotas los dos.
La verdad es que lo extraño y lo hago desesperadamente con cada segundo dudando si consiga volver a verlo en 3 meses que es el tiempo que tenemos para casarnos. Llevo su anillo en el dedo, su cara en mi mente. A él lo llevo acá dentro.
Subí al avión casi en último minuto pensando que si no lo hacía, mejor, pero no me alcanzó valentía para regresar por la puerta, tocar su espalda cuando se alejaba y decirle que me quedaba. Entonces, incluso pensaba que si me lo pedía, me quedaría a su lado, pero se quedó callado dejándome marchar.
Le prometí que volvería y, de hecho, tengo que conseguir el pasaje mientras él esté preparando la boda. Nuestra vida hasta hoy ha sido tan insegura que temo pensar en el futuro. Sólo quiero volverlo a ver, dormir mirándolo, tranquila y que al despertar no haya este puto espacio vacío entre mi cuerpo y la pared. Quisiera pensar que Nietzsche no mentía y si sobrevivimos, será una buena lección. Pero será una lección para necios.
Hasta dentro de 3 meses, amor.