Empieza a oscurecer. Ella encogida en un rincón del sofá de cuero procura reconstruir su melancólico sabor, su tacto de seda, lo caliente que estaba cuando le acercaba sus labios con cuidado para que no se derramara pero sí para que la punta de su lengua pudiera acariciar, dulce como la miel la crema que llevaba encima. Intenta recordar el sabor de aquel café del mediodía, de una vaga nube volando hacia arriba desde el pocillo. Pero a medida que pasa el tiempo su imagen lenta y suavemente va borrándose de su memoria hasta que el sabor se haga casi completamente soso e irreconocible. El sabor del café que acostumbraba tomar.
Ni idea por qué ya no me agrada tanto como antes. En realidad, no me agrada nada el café hasta me da asco. Dentro de un mes podré tomar mi cafeciño de siempre pero casi estoy segura de que me va a saber feo. Cambié lo negro y amargo por lo sabroso. El café por la coca-cola (que también es negra y por eso descompone mi metáfora). Y no es el único cambio que hice… gracias a Dios.
3 comentarios:
Me pregunto si algún día dejará de gustarme el café...
yo tampoco soy muy devota del café me gusta algo más dulce, mucho amargo tampoco es, verdad'?
bsos
Depende como lo tomas. Si es un café bombón, será hasta empalagoso :)
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